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Bitácora de la utopía (anarquismo para el siglo XXI) (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

A menudo surge la pregunta de cómo una sociedad anarquista trataría a los delincuentes violentos. ¿Quién los pararía sin un Estado que esté a cargo del control policial?. Comencemos apuntando que una parte de los asesinatos y otros crímenes violentos son originados en desordenes mentales o pasiones individuales extremas, por lo que ni la policía ni nadie los puede prevenir. Es factible esperar, sin embargo, que en una sociedad menos frustrante y que se ordene con más cordura no habrá tantos delitos de este tipo. Los demás asesinatos, y la mayor parte de las otras ofensas, derivan de la existencia de propiedad privada en gran escala por lo que, sí la forma dominante de propiedad fuese la colectiva y/o con muchas menos disparidades económicas, desaparecería un motivo muy importante de la delincuencia contra personas y bienes. La historia muestra que los grandes ciclos de aumento de criminalidad se producen en situaciones de grandes desigualdades socio-económicas, mientras que la violencia y los asaltos disminuyen drásticamente en épocas de una distribución más igualitaria de la riqueza. Es gracioso escuchar a los dirigentes de gobiernos latinoamericanos buscar asesoramiento policial en el Norte para la lucha contra la delincuencia cuando, en Canadá por ejemplo, no hay casi desocupación y el salario mínimo es 6 veces mayor que el de Venezuela, país donde la mitad de la fuerza laboral está desempleada o en ocupación precaria, sin protección social de ningún tipo, y con una de las distribuciones de riqueza más desiguales del planeta. Es fácil entonces imaginar las razones por las que en el 3er. Mundo se vive una situación de auge de los delitos contra las personas y, en su gran mayoría, contra la población de menores recursos, aunque sean los crímenes contra los poderosos los que recoge la prensa. Se trata de la lógica consecuencia de la acción del poder que exprime hasta un grado máximo la capacidad de la gente de soportar la injusticia. Finalmente, un elemento determinante en la disminución del delito es la educación, especialmente la educación en una sociedad que haga de la libertad, la igualdad y la solidaridad el verdadero centro de la existencia individual y colectiva, de manera que la intervención de cada uno en la vida colectiva autogestionaria sea un hecho natural, participativo y autónomo.

Por supuesto que las comunidades necesitan algún medio para tratar a aquellos individuos que perjudiquen a los demás. En lugar de asumir el combate a la delincuencia esencialmente como tarea especializada a cargo de policías profesionales, la mejor solución es a través de la organización comunal de la protección mutua. Quienes gobiernan proclaman que las fuerzas de seguridad (oficiales y privadas) existen para defendernos a los unos de los otros, cuando todos sabemos que en realidad sólo interesan a los de arriba en tanto puedan protegerlos a ellos, a su propiedad y a su poder sobre nosotros. Además, son instituciones condicionadas para responder a la violencia con más violencia, con lo que se genera un círculo vicioso que sólo beneficia al Estado policial y a los delincuentes que juntos se hacen así dueños de las ciudades. Por otra parte, ya son numerosos los intentos de asumir la protección independientemente de la policía, y sobre ellos los agentes del Estado ejercen fuertes presiones para controlarlos y evitar que la población tome conciencia de que no necesita uniformados para salvaguardar sus vidas e intereses.

Las cárceles son un fracaso a la hora de mejorar, reformar o por lo menos disuadir a los infractores y operan solamente en el aspecto que mejor sabe hacer el Estado: reprimir. Los vecinos de una comunidad, conociendo las circunstancias personales de cada cual, aportarían soluciones mejores y más adecuadas tanto para la víctima como para el acusado. Por otra parte, el actual sistema penal es uno de los principales responsables de la promoción del comportamiento delictivo. Los reos que cumplen una condena más o menos larga a menudo se convierten en seres inadaptados para la convivencia fuera de las rejas. ¿Cómo puede imaginarse que encerrar a unas personas a cargo de otras de un carácter tan antisocial como ellos mismos (pues así suelen ser los carceleros), va a desarrollar en el individuo un modelo de comportamiento responsable y sensato?. ¿Cómo pensar que se logrará ese comportamiento tras pasar por el infierno de las prisiones en Venezuela o tantos otros países?. Naturalmente, lo que ocurre es todo lo contrario; la mayoría de los presos reinciden y con una grado mayor de agresividad.

Pero aún así, puede que nos encontremos con individuos que cometan delitos en la sociedad libertaria, individuos que pese a que se extremen las medidas de rehabilitación, sea imposible reincorporarlos a la sociedad. En tales casos, de una sociopatología manifiesta e insuperable, la sociedad tiene el derecho a protegerse expulsando al individuo de su seno, no por venganza o castigo, sino como reconocimiento a una relación sin posibilidad, que de mantenerse pone en peligro a los demás integrantes. Esto quizás sea considerado un castigo que despierta sonrisas, pero queremos mencionar un par de casos para mostrar su fuerza. Entre los griegos del período clásico, el exilio de la propia comunidad era considerado el peor castigo y Sócrates, el famoso filósofo, castigado y ante la opción, prefirió la muerte. Por otra parte, sabemos que si alguien es sancionado por incumplir los pagos de una tarjeta de crédito o librar un cheque sin fondo, el castigado pierde la posibilidad de utilizar ese medio de pago tan usado hoy en día, puesto que ninguna otra institución le abre crédito o le permite operar con cuentas, por lo que se cuida de hacerlo regularmente. No es pequeña cosa ser exilado, y mucho menos si se es en forma ignominiosa, sea de donde sea. La única condición que requiere es la responsabilidad de todos en cumplirla sin excepciones, por lo que, para ser efectiva, requiere un cambio tanto en los que castigan como en los castigados. (Para más consideraciones sobre criminalidad y penalización desde el punto de vista ácrata, ver y ).

Otra de las preguntas con las que se ha tenido enfrentar el anarquismo durante años es: ¿Quién haría todo el trabajo sucio, el trabajo ingrato que nadie quiere hacer?. También se plantea la duda de ¿qué pasaría con aquél que se negara a trabajar?. Para responder debemos tener claro que las personas necesitan trabajar, precisan de hacer algo. La gente tiene una verdadera urgencia creativa. Basta atender a lo mal que nos sentimos cuando no tenemos trabajo o fijarse como nos pasamos horas arreglando un automóvil, cuidando un jardín, confeccionando una prenda de vestir, haciendo música. Todas estas tareas pueden ser muy entretenidas sólo que a menudo se las considera aficiones más que auténticas actividades laborales. El punto está en que se nos ha enseñado a calificar al trabajo como un tormento que es irremediable aguantar, pues lo hemos desligado de la satisfacción de necesidades reales para convertirlo en un medio de enriquecimiento de los capitalistas y de fortalecimiento de la opresión jerárquica. En la sociedad actual el trabajo es efectivamente un tormento, y lo rechazamos porque está estrechamente relacionado con un sentimiento de injusticia y explotación. En tales condiciones el trabajo es poco gratificante, pero no toda labor lo es como pretenden inculcarnos, y así impedir que podamos ser libres para elegir incluso aquello que nos es más propio, nuestro oficio. No se trata de que seamos holgazanes por naturaleza sino que aborrecemos que nos traten como si fuéramos máquinas, obligados a hacer una labor en su mayor parte desprovista de cualquier relación con lo que somos, o con la satisfacción de alguna necesidad colectiva, sin justas evaluaciones y para satisfacer intereses de poder ajenos. El trabajo no tiene por qué ser así, y si estuviera controlado por la gente que lo desempeña, desde luego no lo sería. Fácil es ver que en una sociedad libre nunca van a faltar voluntarios para hacer un tipo de tarea u otro, en especial si esta diferencia de ocupaciones no se acompaña de una impertinente jerarquización de ingresos o de valorización social. Por supuesto hay faenas enojosas que es necesario ejecutar, y hay pocas formas de hacer que la recolección de basura sea una actividad divertida. Pero estos problemas no son tantos ni son tan graves y, en última instancia, una comunidad puede resolver el punto conviniendo en que todos sus miembros compartan lo que es una labor desagradable o con alguna otra solución equitativa.

Cuestión importante es señalar al desempleo como un problema creado por el capitalismo. En un mundo más justo no existiría. Si hubiera un exceso de mano de obra, en especial gracias al desarrollo tecnológico, la solución no es la actual en que algunos trabajan mucho y otros nada, favoreciendo así la disminución del salario. En una sociedad en la que el trabajo es el modo de generación de riqueza, lo más conveniente es que todos trabajen, pero que trabajen menos horas haciendo posible que se disfruten equitativamente de los beneficios. Si nos deshiciéramos de la explotadora clase dominante y su inflexible apremio por aumentar la rentabilidad de sus inversiones, nos libraríamos de la mayor parte de la presión económica que obliga a algunos a laborar largas jornadas, con bajas retribuciones, al par que lleva a muchos otros a la desocupación. En el sistema vigente, esto es grave para los dominados porque el trabajo es actualmente el mecanismo, muchas veces arbitrario e injusto, de distribución de bienes, por lo que hay millones de desocupados que nada reciben. Quizás haya en el mundo países con seguros de desempleo que aplacan el problema, pero en Latinoamérica brillan por su ausencia o son una broma de mal gusto, por lo que la desocupación es sinónimo de miseria.

Si en última instancia hubiera quien se resistiese por todos los medios a integrarse mediante su trabajo o actividad al conjunto de las ocupaciones requeridas por una sociedad libertaria, en ese caso debería plantearse seriamente su interés en mantenerse en ese colectivo por lo que, por mutuo acuerdo o en todo caso unilateralmente, la comunidad puede excluirlo de su seno. Pero, una vez más, es imposible que alguien quiera permanecer sin hacer nunca absolutamente nada. Finalicemos la discusión sobre el enfoque anarquista del trabajo remitiendo a los lectores al provocativo ensayo "La Abolición del Trabajo", de Bob Black .

Otra objeción típica es: "eso a lo mejor opera a pequeña escala, en un atrasado pueblo rural, pero ¿cómo puede funcionar una sociedad tecnológicamente compleja sin necesidad de jerarquías permanentes?". En primer lugar el anarquismo entiende que la sociedad necesita ser dividida en núcleos menores que los actuales, siempre que sea posible, para que los conglomerados adquieran una dimensión más natural y puedan ser dirigidos directamente por la misma gente que los integra. Hoy en día, la teoría de la organización empresarial del capitalismo reconoce lo que siempre ha sido un principio básico del anarquismo: que los grupos pequeños trabajan juntos de forma más eficaz y son capaces de coordinarse mejor con otros conjuntos laborales parecidos, mientras que las agrupaciones informes y a gran escala son comparativamente más torpes en su desempeño y les resulta más difícil acoplarse con la dinámica del entorno. Dentro de este mismo punto es interesante señalar que recientemente las famosas "economías de escala", que justifican por ejemplo las fábricas que cubren enormes superficies y con capacidad de producir volúmenes gigantescos, están siendo altamente cuestionadas. Llega un cierto tamaño en que las industrias, las explotaciones agropecuarias, las instituciones de servicio, las educativas, los sistemas administrativos y demás, pierden eficacia a medida que se hacen más grandes. Por otra parte, a todos es palpable, especialmente en Latinoamérica, la inhumanidad que encierra la vida en grandes conglomerados de gente, con malos servicios, habitaciones deleznables, muchas veces en situaciones que nada tienen que envidiar a cárceles y campos de concentración. Si en algún momento histórico tal agrupamiento fue necesario, por una u otra razón, en la situación tecnológica y comunicacional de hoy no tiene ya sentido.

Puede ocurrir que para proyectos de envergadura, puntuales, específicos y de interés común, sea necesaria la unión de varias comunidades, pero esto no es un problema irresoluble ni su existencia justifica un poder central permanente como el Estado. De hecho la clase trabajadora de España encontró soluciones de este tipo para grandes problemas en la década de 1930. Así, la Compañía de Autobuses de Barcelona a la par que doblaba sus servicios, contribuyó con el "colectivo de entretenimiento ciudadano" (actividades recreativas) y produjo armas para el frente en los talleres de autobuses. Todo esto se consiguió con un número de trabajadores bastante reducido, ya que muchos se habían ido al campo de batalla para combatir el fascismo. Este aparentemente increíble aumento de la eficacia para cumplir las funciones de la empresa y de la eficiencia para hacerlo con recursos limitados, a pesar de la guerra y de la escasez de materiales, no es tan sorprendente después de todo, porque ¿quién puede dirigir una compañía de autobuses de la forma más idónea, con el menor esfuerzo y el más alto rendimiento?. Obviamente sus trabajadores y nadie mejor que ellos para coordinar con otros trabajadores la solución de problemas compartidos, cuando a ninguno mueve el afán de explotar a los demás en beneficio propio.

Para extendernos en este caso ilustrativo, puntualicemos que todos los trabajadores de Barcelona estaban organizados por sindicatos – formados por quienes laboraban en el mismo ramo – subdivididos en grupos de tarea. Cada grupo tomaba sus propias decisiones en lo referente al trabajo día a día y nombraba a un delegado que representaba sus puntos de vista en temas más generales concernientes a toda la fábrica o incluso a toda la región. Estos representantes eran voceros de las decisiones tomadas en asamblea por todos los compañeros y el cargo se turnaba con frecuencia. Los delegados podían ser sustituidos inmediatamente en caso de que incumplieran el cometido de ser meros portavoces de la asamblea, en ejercicio del fundamental principio de revocabilidad. Los delegados eran actores que sólo podían decir los parlamentos que los autores de la obra, la asamblea de trabajadores, escribieron para ellos, sin apropiarse la función de componer sus propias líneas, como sucede en la ilusoria "democracia representativa" de nuestros días. Añadiendo más niveles de delegación es posible alcanzar una actividad a gran escala sin abandonar la libertad de trabajar en la línea que cada individuo elija. Esta idea de autogestión federal será expuesta con más detalle adelante, en la sección III, pero a quien le interese informarse de la experiencia de organización anarquista en la revolución española de 1936 puede buscar en la extensa bibliografía sobre ese punto, donde destacaremos como un trabajo particularmente completo a La Autogestión en la España Revolucionaria, de Frank Mintz, incluido en el inventario de textos de la sección VII.1. En Internet hay un buen resumen introductorio al tema, escrito por Nidia A. Rodríguez: "La autogestión en la Guerra Civil Española" , y también está la obra de Cano y Viadiú que se indica en VII.2.d.

Sigamos con más objeciones. ¿Una sociedad sin Estado no estaría indefensa ante ataques exteriores?. El hecho de vivir bajo la tutela estatal no ha salvado a los pueblos de agresiones armadas a gran escala y podría decirse que las han promovido. Los ínuit del extremo norte de América (mal llamados "esquimales") que nunca han tenido una organización estatal y menos ejército, han vivido 500 años sin un enfrentamiento armado entre ellos. De hecho, en la mayoría de las naciones, las fuerzas militares y policiales son utilizadas, abierta o disimuladamente, en contra de sus propios habitantes como un ejército de ocupación. El aparato estatal armado no protege sino que vigila y agrede para defender a una élite dirigente que, diciendo las cosas claramente, es el enemigo fundamental del pueblo de cada país. Cualquier Estado, que se apoya y mantiene en un ejército regular, tarde o temprano debe embarcarse en un conflicto – interno o externo – al menos para justificar los gastos y practicar sus capacidades destructivas.

En Latinoamérica es más evidente que en otras regiones del mundo, pero todos sabemos que la gran mayoría de las guerras se han hecho y se hacen en beneficio de esas minorías dominadoras, aunque bajo los pomposos nombres de la defensa de la patria, dignidad nacional y similares. Más aún, la evolución tecnológica y organizacional de los conflictos armados ha derivado en que el ejército no sea salvaguarda de nada, porque hoy tanto el mayor esfuerzo para sostener la lucha como la cuota principal de las víctimas en los enfrentamientos son de los civiles que corren muchos más riesgos que los militares, quienes cuentan en tales circunstancias con la máxima protección y hasta la posibilidad de obtener jugosos beneficios. Basta citar que en las guerras conocidas de los últimos años (Irak, Yugoslavia, Chechenia, Afganistán, Colombia, etc.) los combatientes formales han tenido una cifra de bajas mucho menor a los civiles, que han sufrido casi todos los rigores agresivos de uno y otro bando.

Una respuesta anarquista clásica es reconocer que la defensa del pueblo está en sus propias manos y la solución es la de armarlo. Las milicias anarquistas españolas estuvieron cerca de ganar la guerra civil en 1936 a pesar de la escasez de armamento, de la traición stalinista y de la intervención de Alemania e Italia a favor del alzamiento de Franco y sus secuaces. El error fue subestimar las propias fuerzas y dejarse integrar en las tropas regulares de la República. No cabe duda que una población armada sería difícil de subyugar por ningún atacante del exterior, como lo muestran la enconada resistencia y los éxitos que desde siempre han tenido guerrillas con auténticas raíces populares frente a ejércitos de ocupación más poderosos.

Pero es cierto que un ensayo de sociedad libertaria podría ser destruido desde el exterior. Los jerarcas del imperio norteamericano, como lo harían en su momento los dirigentes soviéticos y de cualquier otra potencia, probablemente intentaría exterminarla antes que permitirle vivir en libertad e igualdad, por supuesto que con la interesada colaboración de todos aquellos que con la revolución vieran peligrar sus privilegios. Contra esa amenaza de destrucción la mejor respuesta es el movimiento revolucionario en otros países. Dicho de otra manera, la defensa más eficaz contra la bomba atómica yanqui o rusa es el movimiento del pueblo y los trabajadores de Estados Unidos o rusos y de todo el mundo. En el caso del Estado bajo el cual vivimos, la mayor esperanza de evitar el exterminio se basa en quitarle el privilegio del uso de los armamentos de aniquilación masiva. Podríamos garantizarnos un verdadero sistema mundial de seguridad si la solidaridad internacional evolucionara hasta tal punto que los trabajadores de los distintos "países enemigos", adecuadamente esclarecidos, fueran capaces de impedir que sus respectivos gobernantes lanzaran ataques externos.

Y esto no es fantasía, pues hay precedentes; como el ocurrido en la década de 1920, cuando la Rusia Soviética se salvó de una intervención británica masiva gracias a una serie de protestas y sabotajes de los obreros británicos; o la movilización popular en Estados Unidos contra la intervención en Vietnam a fines de los años de 1960. Pero dijimos esclarecidos, porque también hay ejemplos en que los trabajadores fueron arrastrados a enfrentamientos que en nada los beneficiaban debido a una obnubilación resultado de la propaganda y el empleo de los múltiples recursos con que cuentan el Estado y la clase dominante.

II.2) Anarquismo y violencia Una de las características de los gobiernos latinoamericanos ha sido la represión violenta de las protestas colectivas; represión que testimonia la incapacidad de los aparatos de poder de estas latitudes para asumir o solucionar los conflictos sociales de manera tolerante. En cada caso que el gobierno de turno quitó el bozal a sus fuerzas represivas, argumentó que lo hacía para defender el orden y los bienes (no a los ciudadanos) de la amenaza de la subversión y la "anarquía", pues es un lugar común para el poder reinante y sus defensores equiparar anarquía con la violencia y desorden que se atribuye a los de abajo. Pero, ¿qué dicen los propios anarquistas cuando se identifica de ese modo a su ideal?…

Negar la posibilidad de la violencia como un momento en la lucha revolucionaria está lejos del anarquismo. En algún lapso el enfrentamiento destructivo que ella conlleva se hace presente, pues siempre habrá que responder a grupos que apelen a la fuerza como argumento para defender sus privilegios. Pero si la violencia puede ser necesaria, en modo alguno es la guía para la transformación que se pretende, que es un cambio total en la organización social y económica de la humanidad fundado en un cambio de los valores de cada persona. De ninguna manera este cambio radical puede ser el resultado de una revolución puntual y catastrófica, que a lo más podría llegar a dominar el poder político, lo que es contradictorio con la esencia del movimiento libertario pues su objetivo precisamente es destruir tal poder. Está totalmente fuera de la tradición anarquista pensar que una algarada callejera, así logre tomar la Bastilla o el Palacio de Invierno, consiga transformar la sociedad tal como se desea, ni que sea el primer paso. En todo caso podría ser el último, porque la pretensión anarquista no se limita a la mera socialización de la economía ni menos aún a la adquisición del poder institucionalizado en alguna de sus formas, sino que busca modificar las relaciones entre los hombres fundándolas en la libertad, la igualdad y la solidaridad, lo que hace que la revolución se extienda a todos los aspectos de la vida de todos y de cada uno y encierre tanto un cambio de las relaciones comunitarias como un cambio personal.

No es por tanto que el anarquismo niegue la violencia, sino que rechaza esa violencia que es únicamente manifestación de la pasión destructiva y no está subordinada a la acción constructiva, y que ni siquiera sirve de detonante de un vasto movimiento popular revolucionario. No es en la violencia de un grupo de donde ha de surgir la creación de un mundo nuevo, sino de la participación e incorporación de todos y cada uno en esa tarea generadora. La violencia como momento destructivo es un punto de un proceso constructivo mucho más largo y amplio. Sin olvidar que entre fines del S. XIX y comienzos del XX cierto número de anarquistas – impacientes ante la enorme injusticia y desigualdad que les rodeaba – se relacionó directa o indirectamente con las acciones violentas de lo que se llamó entonces "propaganda por el hecho", eso es insuficiente para asociar anarquía y violencia de manera tan directa como se pretende en este continente. En todo caso, recuérdese que tanto en aquel momento histórico como en todos los otros habidos en dos siglos en los que se vio involucrado, la gran mayoría del movimiento libertario no ha seguido vías estratégicas o tácticas que impliquen el uso sistemático del llamado terrorismo revolucionario. Tampoco se puede olvidar que los anarquistas han padecido, en el mundo entero y bajo cualquier régimen, más violencia que la que pueden haber ocasionado, pues lo cierto es que la represión policial de cualquier gobierno democrático-representativo latinoamericano ha matado más gente que, por ejemplo, los fallecidos por causa del gran movimiento filo-anarquista del mayo francés de 1968. Los anarquistas inmolados se cuentan por miles, muy pocos por la violencia ciega que ellos hubiesen propiciado, en cambio casi todos por defender – frente a los explotadores y opresores – ideas que son capaces de elevar a la humanidad a un nuevo estadio de dignidad. Ha habido menos violencia en los anarquistas que en las guerras santas de las religiones, en los conflictos por conquistar mercados o en los movimientos por apoderarse del poder político; en cambio han aportado como nadie su permanente activismo a las manifestaciones pacifistas, en defensa de las minorías y en pro de los derechos de todos y cada uno.

Si esto que decimos es así, entonces ¿de dónde surge la asociación anarquía-violencia?. Un recorrido por la historia ayuda a explicar esto. La violencia anarquista nunca fue del estilo de los guerrilleros fundamentalistas (religiosos, étnicos o políticos) actuales, que igual atacan una patrulla del ejército, masacran a un poblado desguarnecido, o colocan bombas en escuelas y zonas comerciales muy transitadas. La violencia anarquista se ha caracterizado por ser puntual, específica, por atentar contra un Rey, un obispo, un Presidente, un torturador, por robar bancos, atacar a instituciones o empresas símbolos de la opresión. Los anarquistas siempre golpearon en las estructuras de poder, donde los privilegiados se sienten seguros y atacándolos directamente. De allí que los afectados se ocupasen especialmente de sobre-dimensionar esa violencia, porque les llega de cerca, haciendo que los medios de difusión señalen el horror de la desgracia de uno de ellos como más notable que lo padecido a diario por los miles que sufren sus desmanes.

Las páginas anteriores han sido una breve introducción al pensamiento libertario. Hay muchas más reflexiones y detalles en textos, páginas web y publicaciones periódicas que se refieren al tema (véase la documentación al final de este trabajo, secciones VII.1, VII.2 y VII.3), pero básicamente se entiende el anarquismo viviéndolo y trabajando en proyectos comunes con otros compañeros de ideas, manteniendo siempre presente que la utopía se construye con libertad propia y ajena, respetando la igualdad de todos y abriendo espacios cada vez más amplios de colaboración solidaria. Este es el tema del cual trata la mayor parte de lo que sigue: acción anarquista.

III.- El anarquismo en accion

RASGOS DISTINTIVOS EN LA DINÁMICA DEL ANARQUISMO > Como tendencia de pensamiento, se remonta a la antigüedad (Grecia, China, heterodoxias religiosas del Medioevo y el Renacimiento), pero su presencia histórica activa se define con nitidez en Europa Occidental, a partir del 2do. tercio del S. XIX, por lo que está marcada decisivamente por la Modernidad.

> Hay diversidad de presupuestos filosóficos (materialismo, voluntarismo, cristianismo) y de corrientes ideológico-políticas tanto en el (A) "clásico" como en el (A) contemporáneo.

> Especificidad de ideas y propuestas (A) en: Educación, Justicia y Derecho, Ecología, Ciencia y Tecnología, Urbanismo, Feminismo, Antimilitarismo, Comunidades y Trabajo Alternativo, Medios de Comunicación, Cultura y Arte, etc.

Si se ha seguido con atención este compendio hasta aquí, el lector se habrá hecho ya una idea inicial de lo que es la visión anarquista de una sociedad libre. El problema es cómo llegar a ella, pues la utopía libertaria no es ilusión para consolarse, sino proyecto por construir.

Dentro del anarquismo hay muchas perspectivas diferentes pero todas ellas están relacionadas. Hay sistemas completos de teoría política anarquista denominados colectivismo anarquista, mutualismo, individualismo, anarcosindicalismo, comunismo libertario, feminismo anarquista, municipalismo libertario, anarcoecologismo, etc. Los debates entre las distintas variantes del anarquismo se han sucedido durante mucho tiempo, siendo demasiado complejos para resumirlos aquí con propiedad. Sin embargo, si pensamos en términos de lo que el anarquismo propone para hacer ahora, resulta que hay muchos puntos en común en todas las corrientes, aún cuando cada una enfatiza la importancia de la acción en un área determinada de la vida. Precisamente, presentaremos a continuación esos puntos que tienden a ser los más ampliamente aceptados hoy dentro de los dinámicos ámbitos de la teoría y la práctica ácratas.

Si alguien se decide a poner en práctica las ideas expuestas en estas páginas, empieza a crear su propia versión de anarquismo. Al hacerlo está añadiendo un participante a un movimiento que siempre necesita nuevos miembros, especialmente gente que esté siempre dispuesta a cuestionar teorías y reflexionar por si misma sobre la manera de construir un mundo mejor para todos y cada uno. ¡Discutir el tema con amigos, leer más del asunto, hablar con otros anarquistas!; ese es el modo de iniciar el largo camino hacia la autonomía. Reflexionar para la acción de forma independiente, y hacerlo junto a otros que compartan tal perspectiva, es la única manera.

Por lo tanto, la intención de las líneas que siguen no es proponer un "recetario" de soluciones indiscutidas o veredictos inapelables sobre la acción libertaria, pues ello sería un absoluto contrasentido. La teoría política del anarquismo está en continua re-elaboración, siempre cambiante en función de los hombres y las mujeres que la aplican, así como de las circunstancias en donde actúan, pero también siempre consistente con los principios de libertad e igualdad en solidaridad que son fundamentales para que el ideal ácrata sea lo que es. De tal concordancia para con los supuestos que definen al anarquismo proceden las orientaciones generales que exponemos a continuación, en la intención de proveer de un punto de partida a colectivos o individualidades ganados para el esfuerzo en favor de la acción directa y la autogestión. III.1) Autogestión libertaria: el camino de la utopía Históricamente, el capitalismo es un modo de producción que logró integrar a su lógica todas las instituciones sociales, y a sus valores todas las diferentes culturas, en un proceso de homogeneización sin precedentes. Si en verdad no inventó los mecanismos de explotación y dominación, no es menos cierto que acentuando y separando irreversiblemente los roles sociales, circunscribiendo y empobreciendo la existencia de los productores ya víctimas de mecanismos económicos de expropiación, el capitalismo manifiesta toda la negatividad tanto de la explotación, como de la dominación política y cultural, que se traducen en la creciente alienación de la humanidad.

  Las estructuras tecno-administrativas de la empresa capitalista contemporánea se caracterizan por su carácter burocrático y heterogestionario, donde los trabajadores pierden toda posibilidad de control sobre la producción y gestión del todo. De la misma manera, el llamado Estado de Derecho acaba usurpando para sí, o sea para su burocracia y sus especialistas de la representatividad electoral, todo papel decisorio, siendo los ciudadanos meros espectadores a quienes sólo se llama para sufragar por esas minorías. Pero las élites dominantes también se benefician al convocarnos a "participar" más ampliamente. Ciertas cofradías del "management" contemporáneo tienen como punto central las virtudes de la participación, cooperación e iniciativa de los trabajadores, re-bautizados como colaboradores. Abolir la conflictividad social, principalmente en el aparato productivo, a través de un corporativismo o de un paternalismo feudal, es consigna en boga para la posmodernidad capitalista. Esto llega a su extremo en los proyectos carcelarios de "autogestión" ya implantados en algunos países: ¡los presos se vigilan a sí mismos!.

  La autogestión libertaria nada tiene que ver con estas caricaturas. Los valores de autonomía, auto-organización, cooperación, solidaridad y apoyo mutuo fueron históricamente valores opuestos a los del capitalismo, y se manifestaron en el movimiento socialista principalmente en la corriente anarquista. El concepto de autogestión, enunciado a mediados del siglo XX, traduce otro que era central para el socialismo libertario clásico, el de autogobierno, según el cual todos nosotros – sea como ciudadanos o trabajadores – podemos prescindir de la burocracia y del Estado en la gestión social. Este fue un punto central para el movimiento social durante las experiencias socialistas desde la Comuna de París, pasando por la Revolución Rusa y la Revolución Española. No es una técnica para aumentar la inversión de recursos o los beneficios empresariales gestionando con más inteligencia, ni pretende reglamentar a los trabajadores en líneas de producción – a la manera brutal de Henry Ford o con en el guante de seda del modelo Toyota -, incluso porque la automatización y la robótica están liquidando la necesidad de intervención humana directa en la manufactura.

  La división social del trabajo y la seudo-democracia representativa exigen la ilusoria participación de todos, principalmente de los de abajo, para obtener dos resultados: creciente productividad y legitimidad, combatiendo la indolencia que es una manifestación socialmente peligrosa. Es suficiente ver lo que acontece con el ausentismo, la baja productividad, el estrés y el sabotaje en muchas líneas de montaje industrial. En el campo político basta imaginar las consecuencias de que los gobernantes se eligiesen con 20%, 10%, 5% de los votos. ¿Cómo legitimar sus discursos y sus políticas?.

  En los movimientos sociales contestatarios, como opciones de rebeldía ante el Estado y ante los modos de articulación jerarquizada y despótica inherentes al capitalismo, puede constituirse un modelo de organización asentado en prácticas colectivas e igualitarias y en relaciones de solidaridad y cooperación voluntaria, en resumen autogestionario, configurado por grupos auto-administrados, cooperantes y donde no tuviesen cabida el autoritarismo y la dominación. Ciertamente que esa organización voluntaria y no jerarquizada exige empeño personal, participación y conciencia, al contrario de las instituciones autoritarias que recurren a chantajes, propinas y fraudes. Por esa razón es más difícil y más tardía la creación y desarrollo de formas de organización cooperativas, incluso porque la resistencia a la innovación, la huella de los valores dominantes y la rutina tiende a apartarnos de modos de organización que implican un trabajo arduo y permanente de renovación y compromiso solidario. Siendo así: ¿será entonces la autogestión – y más aún la autogestión generalizada – una posibilidad real?…   Para el anarquismo la respuesta es si, ya que la explotación y la dominación, con la consecuente miseria y alienación, producen resistencias e imaginarios testimoniando el deseo de otra sociedad que exprese otras vías de organización y de relación entre los seres humanos. Ciertamente que la ruta de esa alternativa social no es tan corta y lineal como algunos pensaban, incluso porque la historia nos muestra cuanto está interiorizado en todas las clases y grupos sociales el fenómeno de la subordinación y alienación, mas aún en nuestra sociedad masificada y paralizada por la ideología del consumo y del espectáculo. El individualismo posesivo tiene raíces culturales – y hay quien diga sociobiológicas – profundas y trae como consecuencia explotación, muerte, guerra y alienación, pero como bien demostró Piotr Kropotkin en su libro El Apoyo Mutuo (Móstoles, Madre Tierra, 1989), y en ningún modo ha desmentido la investigación científica posterior, tanto en el mundo animal como en el humano uno de los factores decisivos de la evolución de las especies ha sido la cooperación entre sus miembros.   La cuestión está en saber hasta qué punto las sociedades humanas son capaces de llevar su proceso de aprendizaje histórico y de re-creación de las estructuras sociales; o si la fuerza conservadora de la inercia mezclada con las tramas autoritarias del poder, puede congelar la creatividad e insatisfacción humana que recorre la historia. El camino de la libertad (superación de la dependencia absoluta a la naturaleza y al otro, por tanto construcción de la autonomía), esa senda que los grupos sociales y los individuos buscan a través de la historia, exige el fin de las amarras de la explotación, de la dominación y de la alienación, potenciando una relación auténtica y profunda entre el individuo y los que lo rodean. Es tal el reto que deben superar los movimientos por el cambio, si no quieren perderse en el atajo de las concesiones con que el sistema de poder ha engatusado a sus antagonistas – en el pasado al sindicalismo y los partidos socialistas, hoy a los nuevos movimientos sociales -, en la mayoría de los casos virados a clientes satisfechos de la explotación y dominación que previamente condenaban.   La organización autónoma – autónoma con relación al Estado, al Capital o cualquier otra instancia de poder autoritario – es la libre asociación por afinidad y también uno de los principales instrumentos posibles para el cambio social. Sólo que esa concepción no pasa por la mera adopción de algunos vagos principios teóricos, sino que impone formas de asociación que apuntan desde ya a un modelo igualitario, autónomo y legitimado ante todos por la acción de todos, un micro-modelo de lo que sería el proyecto de la razón utópica para la sociedad global. Un modelo de participación directa e interactiva (donde la delegación sea hecha teniendo como meta tareas determinadas y durante plazos limitados, respondiendo permanentemente los delegados ante las asambleas y pudiendo ser revocados en cualquier momento), que rechace la burocratización y esclerosis administrativa de sindicatos, partidos y movimientos sociales entumecidos en los formalismos, contribuyendo al enriquecimiento cultural y social de cada participante, creando una cultura alternativa y de resistencia, pilar de las nuevas relaciones colectivas, condición previa para la re-creación de la estructura social.   Ese fue el rumbo que comenzó a ser transitado por el movimiento libertario – con sus sindicatos, ateneos, escuelas, colectividades – desde el siglo XIX, interrumpido trágicamente por una convergencia de fuerzas negativas en el primer tercio del siglo XX, pero que actualmente, tras el derrumbe del capitalismo de Estado en Europa del Este y con el capitalismo globalizador neoliberal evidenciando su incapacidad ante los problemas humanos esenciales, ésta en hora de retomar con lucidez y esperanza, siguiendo la huella que Martin Buber llamaba caminos de utopía, que llevan a la autogestión generalizada.

Los anarquistas han soñado, y a menudo han participado y concretado, todo tipo de propuestas de autogestión, incluyendo un mejor aprovechamiento de la tierra, sistemas rotativos de trabajo, esquemas de socialización de la producción, administración colectiva de empresas, etc. Estas son una muestra de independencia y de la viabilidad de formas alternativas de intercambio económico, con un gran atractivo pero siempre exigiendo muchos esfuerzos y atención frente a los obstáculos, como el que representan los burócratas de alma que, con el pretexto del "realismo", intentan desvirtuar ideas, anular iniciativas y hasta, en caso de haberlos, destruir sus beneficios auténticos haciéndolas parte del capitalismo. La palabra autogestión encierra uno de los objetivos del anarquismo, pero hoy el estatismo la ha reducido a la búsqueda de fondos propios, sin que haya ninguna concesión real de poder en la elección de las metas, ni en la conducción autónoma a través de los caminos que el colectivo decida seguir para el logro de sus objetivos, ni siquiera en la administración de los recursos obtenidos. Así como se proclama "democracia participativa" al régimen en que unos pocos deciden y luego participan a los demás lo que tienen que hacer, la autogestión tal como la pregona el Estado consiste en que muchos consiguen los recursos y unos pocos deciden qué hacer con ellos. Sin embargo, el espíritu de autonomía que va con la autogestión consecuente es una de las aspiraciones anarquistas, que la promueve en todos los órdenes. Siendo un aspecto tan significativo de la acción anarquista, lo más recomendable es profundizar en el conocimiento de la practica y la teoría de la autogestión libertaria, para lo cual sugerimos ir a la sección VI.1.d de esta Bitácora, a las referencias ya mencionadas sobre las experiencias de la Revolución Española, a las obras de Bonnano y Massari indicadas en la Bibliografía (sección VII.1), al sitio del WWW "Autogestión" , a la página web de la Ecocomunidad del Sur y al texto de Alejandra León Cedeño: "Guía Múltiple de la Autogestión" .

III.2) Acción directa y organización local La acción directa es la única manera de mejorar las condiciones de trabajo, vivienda, educación, salud y en otros ámbitos. Aunque estas reformas en sí mismas no representan una contribución determinante para la construcción de la sociedad anarquista, es importante que la gente vaya tomando conciencia del potencial de la acción directa y de sus propias fuerzas. También esta práctica lleva a promover sentimientos de espíritu colectivo y de auto-organización, despierta la conciencia política y puede resolver problemas. Los anarquistas no piensan que las situaciones deben empeorar para que su opción triunfe, no juegan a "agudizar las contradicciones del sistema" como proclamaba el marxismo revolucionario. Si la gente se une para solucionar paulatinamente los problemas que hoy sabemos que el sistema es incapaz de resolver, y lo logra, tomará conciencia de sus fuerzas y así se dará cuenta de que puede tomar en sus manos muchas más responsabilidades de su propia vida, sin dejarlas a merced de sus "representantes" o de las auto-nombradas vanguardias del pueblo.

Claro que si reiteradamente las acciones emprendidas salen mal, pueden llevar a algunos a la frustración y a una desilusión total respecto a la humanidad. Hay bastantes ejemplos de estos desencantados parloteando en reuniones vecinales, asambleas o donde encuentren auditorio, siempre dispuestos a enfriar los ánimos de quienes se disponen a acometer alguna iniciativa de cambio. Sin embargo la esperanza de progresar nunca debe perderse, porque está en las propias manos de la colectividad hacerlo, no en las de quien ejerce el poder, sino en las de todos, teniendo siempre presente que el mejorar no debe reducirse a una simple ventaja económica.

¿De qué tipo de acciones hablan los anarquistas?. Si hace falta una vivienda, la ocupación de una deshabitada o si el Estado posee tierras ociosas, instalar en ella un grupo que las ponga a producir. Así se desafía a la autoridad estatal y a la propiedad privada, mostrando su inutilidad. La ocupación demuestra con eficacia el disparate de que existan casas vacías o terrenos baldíos a la vez que hay gente sin hogar y sin trabajo. Por desgracia, el prejuicio popular, reforzado por las frenéticas campañas de los medios de des-información masiva en defensa de la "inviolable" propiedad privada, impide que la táctica "okupa" obtenga el apoyo generalizado necesario para un cambio real. Las ocupaciones corren también el riesgo de convertirse en verdadero vandalismo, que es algo distinto del anarquismo. Son muchos los casos, y se ven a diario, donde la ocupación ha permitido un mejoramiento no sólo de la situación de los ocupantes, sino de las condiciones generales de la zona en que se realizó la acción por los beneficios comunitarios que se aportaron. Pero tampoco faltan las que encubren actos de delincuentes disfrazados de necesitados, de traficantes de las ocupaciones o de acciones políticas que persiguen la desestabilización en pos del poder o tomar venganza de enemigos. En ocasiones, como ha sucedido y sucede en Venezuela, desde el poder institucional se amparan las ocupaciones de propiedades de adversarios partidistas a manera de revancha política, o como jugarreta populista para apaciguar a los necesitados, siendo que el Estado es el mayor potentado del país con millones de hectáreas sin trabajar y cientos de inmuebles desocupados, listos para otorgarse en corruptas prebendas. Como en todo, los anarquistas no establecen una regla general de apoyo a una dada actitud, ni se rigen por abstracciones muertas sino que atienden a todos los elementos que convergen en ella y así como se apoyan muchas ocupaciones, bien se puede tener que criticar otras. Cada grupo anarquista, en vista de la particular situación, luego de enterarse de los pormenores y discutir con los compañeros, asume sus posiciones, pero sin seguir lemas vacíos de contenido o adherirse ciegamente a consignas que se dictan autoritariamente desde lejos del lugar de los acontecimientos. Un buen ejemplo de experiencia okupa y de reflexiones teóricas muy coherentes sobre el tema, puede examinarse en la página web del Centro Social Ocupado Autogestionado El Laboratorio, de Madrid . La vida comunitaria del sitio donde se vive puede mejorarse de infinidad de maneras, convirtiendo áreas abandonadas en zonas de recreo y esparcimiento, organizando teatros callejeros, reuniones musicales, encuentros de charlas, compartiendo libros, etc. Para ello lo más importante es el deseo de hacerlo y si hace falta algún dinero, hay múltiples actividades que pueden realizarse para recolectar los fondos necesarios, como festivales, "cayapas" vecinales, conciertos, etc. Por supuesto, a menos que se habite bajo un régimen tolerante, este tipo de acciones pueden tener sus inconvenientes, pues difícilmente los que gobiernan aceptarán que se lleve consistentemente a la práctica esa vieja consigna de "las calles son del pueblo, no de la policía", y tomarán las medidas del caso ante el progreso de la organización popular autónoma, a la que se buscará quebrantar con el garrote y/o la zanahoria, para lo cual se debe estar preparado. Las estructuras autoritarias de poder jamás permiten que nada de esto se desarrolle sin intentar dominarlo y/o destruirlo.

Un área principal de la actividad anarquista es la de involucrarse en campañas locales. Estas resultan útiles a la hora de desarrollar la conciencia publica, la capacidad de organización comunitaria, y pueden tener la virtud de invitar a la gente a pensar sobre cuestiones políticas. La movilización respecto al cambio de régimen de un servicio de transporte masivo de pasajeros (Metro, autobuses u otro), sea privatización o estatización, por ejemplo, hace surgir a la luz qué intereses político-económicos presionan por tal decisión, acerca de sus fundamentos como salida a los problemas que presente ese servicio, por qué debe predominar la búsqueda de rentabilidad por encima de la necesidad colectiva de transportación barata y eficiente, las corruptelas que impregnan las condiciones de precios e impuestos, etc.

Por desgracia, la gente a menudo se deja comprar por limosnas, confundir por la propaganda interesada o admite los cuentos de la "democracia representativa" y la política parlamentaria, con lo que acaban desvinculándose del asunto o engañados por las promesas. Esto puede llevar a la desilusión y a la apatía, o peor aún, al cinismo de los que viven de las migajas de la corrupción y el clientelismo municipal. Por eso, los anarquistas intentan asegurarse de que el resultado de cualquier campaña local sea el rechazo de soluciones impuestas, promoviendo la acción directa de los interesados y enfrentando las maniobras que pretendan delegar las decisiones en la voluntad discrecional de los representantes institucionales.

Este hincapié en la acción directa es lo que ha hecho que tradicionalmente los anarquistas se hayan negado a participar en las engañosas campañas electorales. Nunca olvidan aquel dicho respecto a que "la elección de nuevos amos no nos hace menos esclavos", por lo que adscribirse al juego de la democracia representativa es algo contradictorio para quienes no son demócratas sino ácratas. Más que juzgar como mejor o peor a este o aquel gobierno, los anarquistas consideran que todo gobierno es malo ya que desplaza el manejo de los asuntos que interesan a todos a unas pocas manos, que inexorablemente van a defender los intereses que convengan a la élite gobernante y la historia ha mostrado que los intereses de esa camarilla raramente coinciden con el de todos. Como decía aquella famosa novela policial Shibumi, refiriéndose concretamente a Estados Unidos, cuando alguien llega a jefe de un gobierno, es porque moral o intelectualmente no merece serlo. Para los libertarios, carece de sentido gastar energías y fuerza espiritual para promover el ascenso de un individuo o grupo al poder, cuando bien pueden gastarse esas energías en beneficio de todos y cada uno, sin tener luego que lamentar engaños e incrementar desesperanzas.

Es difícil encontrar el equilibrio entre involucrarse para conseguir reformas inmediatas (con lo cual se promueve una creencia falsa en el Estado como fuerza benévola) y examinar las implicaciones a largo plazo de las acciones. Si se deja que la expectativa por resultados instantáneos se desmande, es fácil acabar creyendo en el reformismo, desesperados por contener de algún modo los males que afligen a la sociedad. Esto es comprensible, pero contraproducente a la hora de arrancar los males de raíz. Contentarse procurando mejoras en el sistema significa reforzarlo, y a la larga, aumentar la miseria humana. Si bien se da un paso a la vez y no siempre son posibles los grandes saltos, esos pasos no pueden ser azarosos sino que se deben orientar, más rápido o más lento, en una dirección que conduzca al bienestar colectivo permanente. Esto sólo es posible respetando la libertad y la igualdad en un marco solidario, fijando metas comunes y medios compartidos.

Cuando las condiciones locales se vuelven insostenibles, ocasionalmente se generan revueltas violentas (como el "Caracazo" de febrero de 1989 en Venezuela y tantas otras explosiones sociales que han sucedido antes y después en América Latina). Pero estos tumultos esporádicos, nacidos de la frustración y con poca o ninguna organización, no son particularmente revolucionarios ya que nada se puede construir sobre ellos. Si hubieran estado organizados, habría ocurrido una real insurrección más que una manifestación emocional. En cambio, la mayoría de las veces las fuerzas opresoras, que si lo están, terminan por aprovechar esos movimientos para acentuar el sometimiento como sucedió en Venezuela, en donde tras el estallido social hubo tal retroceso en los esfuerzos de asociación consciente de los desposeídos que se terminó por caer en liderazgos puramente personales, carismáticos e irresponsables, arbitrarios e impredecibles.

Entonces, ¿cómo se organizan los anarquistas?. Los individuos se pueden reunir en grupos de afinidad ya sea por simpatías personales, por vecindad de habitación, por compartir lugares de trabajo o coincidir en problemas y soluciones con los demás integrantes de ese colectivo. Desde allí el paso siguiente es coordinar sus acciones con otros grupos que comparten ideas similares, no porque sea una obligación de cualquier clase o para que les digan lo que tienen que hacer, sino para discutir actividades compartidas. En cada caso, el grupo entero discute una acción particular, pero sólo aquellos que estén a favor la llevarán a cabo y siempre la participación es estrictamente voluntaria. Eso contrasta por completo con las células de las organizaciones marxista-leninistas, en las que el individuo tiene que aceptar la línea que baja desde el mando de su partido y obligatoriamente debe actuar en concordancia con ella. A pesar de la crítica al marxismo, la mayoría de las formaciones políticas en Latinoamérica ha adoptado este mismo modelo de organización y la participación en cualquier tienda partidista, sin importar su ideología, implica como punto de partida la obediencia acrítica y la pérdida de toda opinión personal.

Entre los anarquistas sucede todo lo contrario. La oposición a una propuesta o la negativa a participar en alguna actividad, razonada y expuesta ante los compañeros del grupo, es simplemente la expresión de la autonomía de cada participante, sin acarrear ningún calificativo o sanción. Si la solidaridad está vigente, habrá otra oportunidad posterior en la cual quienes hoy no intervengan lo harán a plenitud. Asimismo, los que actúen no adquieren ningún privilegio por ello porque no tiene nada de extraordinario seguir lo que su buena razón y pasión les señala como lo más idóneo. Ningún miembro de grupo tiene derecho a imponer sus personales decisiones, pero por supuesto que puede y debe defenderlas y tratar de convencer a sus compañeros de que las apoyen.

Para los anarquistas, el desacuerdo en un tema importante que nunca debe reprimirse ni pretender anularse. A lo más, en caso que las diferencias impidan mantener la previa afinidad y se tornen insuperables, simplemente significan la probable aparición de un nuevo colectivo, con el que se podrán seguir realizando acciones compartidas. Las discrepancias no tienen que significar ruptura total entre distintos grupos, ya que la idea es reforzar puntos y lazos en común, pero sin homogeneizar ni anular la diversidad en la que radica la riqueza de las decisiones. Por ello, en muchos países existen federaciones de diversos colectivos libertarios, que de este modo permanecen reunidos, no sometidos, en una instancia encargada de coordinar las acciones, pero manteniendo sus particulares puntos de vista, lo cual también opera cuando las instancias federativas son de orden internacional (como la Asociación Internacional de Trabajadores , la Internacional de Federaciones Anarquistas o la Cruz Negra Anarquista ). Tal estilo de organización ya se ha generalizado en otras expresiones de la actividad política, como por ejemplo, en grupos de mujeres, en algunas asociaciones de vecinos y en colectivos ecologistas. Si el anarquismo crece, cabe esperar que aumente esta forma de coordinación, con lo que nos acercaremos a una sociedad anarquista.

Grupos de personas en un vecindario o en un trabajo o en cualquier lugar donde haya actividades compartidas, pueden organizarse así para tomar decisiones que les incumben. En todo caso, pueden mandar delegados a encuentros a mayor escala. Pero en este aspecto los anarquistas han sido muy rigurosos a lo largo de la historia, porque un delegado es sólo eso, un portador de instrucciones que debe seguir al pie de la letra, un emisario del colectivo que representa, siguiendo claros y estrictos mandatos de lo que tiene que decir. Más aún, es norma entre los libertarios que el cargo sea rotatorio, revocando los nombramientos regularmente o si alguno pretende auto-instituirse en líder e irrespetar la estricta condición de vocero que se comprometió a asumir. ¿Una idea irrealizable?. Ya funciona en muchos grupos, a pequeña escala, y ha funcionado muchas veces en la historia. ¿Qué es lo que parece tan difícil?. La razón de la incertidumbre está en la distorsión que el poder jerárquico ha introducido en nuestros pensamientos y por eso, algo que es tan natural parece implicar un cambio tan drástico en nuestros hábitos. Lo que se necesita para aplicarla es nada más – y nada menos – que una revolución total en la conciencia cotidiana. De esta forma, podría surgir un sistema anti-autoritario de organizar todos los aspectos de nuestra vida, desde la cuna a la tumba. Sería un tipo federalista de sociedad anarquista.

Quien desee profundizar en las consideraciones que desde el movimiento anarquista se han hecho acerca de los problemas de la organización y la acción directa, encontrará que la discusión ha sido muy amplia, por lo cual las referencias son abundantes como puede comprobarse en muchas de las fuentes documentales incluidas en el Capítulo VII. De ellas, resaltamos como exposiciones "clásicas" sobre el asunto los textos de Rudolf Rocker y el Grupo Dielo Truda que figuran en la sección de "Libros en la Red", mientras que las perspectivas contemporáneas pueden buscarse tanto en las páginas web de agrupaciones libertarias apuntadas en "Sitios en el WWW", como en "Publicaciones periódicas actuales".

III.3) Organizarse en el trabajo Tradicionalmente, los anarquistas han apuntado que el problema fundamental es que el mundo se ha dividido en muchos asalariados oprimidos y una minoría déspota de amos y sus servidores inmediatos. Si pudiéramos dirigir nosotros mismos las empresas, y todas nuestras actividades, buscando la solución de las necesidades tanto personales como comunales, y no las de un grupúsculo opresivo, se mejoraría y transformaría claramente cada área de nuestra vida. Sin embargo, hay anarquistas que piensan que los trabajadores están tan acostumbrados a su esclavitud que hay que buscar algún camino alternativo para iniciar esta verdadera revolución.

En cualquier caso, un anarquista siempre intentó, intenta e intentará, cuando menos, que la gente se eduque y organice en el lugar donde labora, procurando difundir la idea de que la unión es el mejor medio de evitar la coacción patronal. Lo más adecuado es hablar con los compañeros de trabajo, romper entre todos desconfianzas y apatías, en lugar de presionar a la gente con discursos portadores de soluciones de librito. La mejor forma de aprender la solidaridad es poniéndola en práctica. En este sentido, la corriente anarcosindicalista o sindicalista revolucionaria ha sido una de las más fuertes dentro del movimiento, ha obtenido los logros más notables y no está de más mencionar que muchas de las conquistas de los trabajadores fueron originariamente banderas del anarcosindicalismo, adoptadas luego por otros movimientos.

Esto conduce a la natural conclusión de que los anarquistas se preocupan por las condiciones de trabajo y participan en los conflictos laborales cuando se presentan. Por lo general, la tarea principal es propagar la acción directa en lugar de delegar el poder en la burocracia sindical o en el gremio legal, muchas veces pro-gubernamental, evitando adoptar una actitud pasiva. El fin del anarquismo es controlar los propios intereses y uno de ellos es la propia situación laboral, por lo que no cabe descansar en el "representante autorizado" para luego quejarse con resignación si nos traiciona. La acción directa, que no es sinónimo de violencia sino la abolición de los intermediarios, es la forma más eficaz de mejorar las condiciones de trabajo. La unidad activa y consciente es la fuerza de los asalariados.

Para el anarquismo, los movimientos encaminados a conseguir pequeñas reformas y los conflictos aislados que involucran a tal o cual grupo de trabajadores no son especialmente revolucionarios. Pero tienen su utilidad pues, gracias a ellos, la gente aprende a organizarse y gana confianza en la fuerza colectiva, más allá de los éxitos que puedan alcanzarse. Estas experiencias son convenientes para cuando llegue la hora de desafiar con eficacia la estructura de poder en la empresa y edificar el futuro control de la actividad laboral por parte de las personas que la realizan.

Hay una larga historia de la que sacar provecho y muchas técnicas útiles que funcionaron en otros sitios para ir obteniendo algunas ventajas, que siempre serán parciales pero nada despreciables. Son muchas las maneras de plantear los conflictos laborales en pos de mejoras, y los asalariados han concebido numerosas alternativas, no exclusivamente de huelga franca, como generar opiniones de los trabajadores en todos los aspectos de la marcha de la empresa, hacerlas conocer de modo permanente a los directivos y discutirlas entre los propios compañeros. En caso de que no se escuchen hay maneras de hacerlas oír. Para ello se pueden usar variadas tácticas como ir disminuyendo progresivamente el ritmo de trabajo hasta que se equipare con lo equivalente a nuestro salario (lo que en Venezuela llamamos "Operación Morrocoy"), o "huelgas de celo", es decir, hacer un trabajo muy escrupuloso sin reparar en el tiempo que cueste hacerlo (con la consiguiente caída del ritmo de producción), o las que cada grupo pueda crear en la situación concreta. Pero lo que se debe tener claro es que estas acciones, y cualquier otra, sólo tienen sentido si se realizan en grupo y con unidad. Son ejemplos de acción directa, y para llevarlas a cabo, si así lo decide el colectivo laboral, no es necesario tener la bendición de los gestores sindicales acerca de lo que hay que hacer. El método indirecto (el llamado representativo) significa resignarse a esperar la orden de los dirigentes para hacer algo y participar sólo en la elección gremial para votar, en el mejor de los casos, a favor de un supuesto candidato progresista, que luego resulta que hace lo mismo que el cabecilla corrupto que se quiso desalojar. Esto es algo muy frecuente en el terreno sindical en nuestros países, por lo que hace muchos años que los trabajadores latinoamericanos carecen de delegados capaces de defender con consecuencia y dignidad sus exigencias.

Los socialistas libertarios esperan que el movimiento obrero vuelva (como en otros momentos de la historia en diversos sitios del planeta) a alcanzar el punto de unidad en la acción que le permita enfrentarse con toda su fuerza al Estado. El sometimiento de los sindicatos a las exigencias de los grupos políticos de poder los ha transformado en perritos falderos de las ambiciones de unos pocos, cuando deberían ser organizaciones muy importantes para enfrentarse al injusto orden mundial vigente. Sólo si en estas y otras agrupaciones de los oprimidos se dispone de la experiencia, fortaleza, preparación y conciencia adecuadas será posible destruir al Estado y a su aparato de dignatarios aprovechados, y avanzar hacia una sociedad anarquista que, visto lo presente, nunca puede ser peor que la actual y seguro que será mucho mejor. En esta marcha se debe comenzar por la acción en los lugares de nuestra vida cotidiana, el trabajo, el vecindario donde se habita, la institución donde se estudia.

Hay varios análisis anarquistas que exponen cómo podría llegarse a esta situación. En general se apoya la idea de construir sindicatos dirigidos por las bases y sin roscas dirigentes inamovibles, como es lo habitual. Este tipo de anarcosindicalismo abarca diversas tácticas revolucionarias, muchas de las cuales han probado su eficacia en el pasado. Los modos de organización sindical pueden variar en función de las particulares circunstancias que se vivan, pero deben tender a incluir a todos los trabajadores de todas las empresas con el fin de desarrollar su auto-organización hasta el punto en que los trabajadores mismos puedan gestionarlas al llegar la ocasión. Allá donde sea necesario, las huelgas deben recibir el apoyo de afiliados de otras agrupaciones y desde distintos lugares que se solidaricen con ellas. Cuando se hayan sindicalizado de este modo suficientes trabajadores se podrá apelar a medidas de intención revolucionaria como la huelga general. Con una huelga general activa y plena, el Estado queda paralizado y nada puede hacer a menos que confíe en el ejército, que no se enfrentará sin graves fracturas contra la población trabajadora, pues llegado este momento los ideales libertarios de seguro habrán hecho mella en la disciplina castrense, particularmente entre la tropa vinculada por afectos y amistades con el pueblo insurrecto. La huelga general es un levantamiento total, o desemboca en uno. A partir de aquí se puede comenzar la construcción de una utopía de libertad, igualdad y solidaridad.

Algunos anarquistas rechazan aspectos de este plan. Desconfían del alcance de los sindicatos, aunque sean sindicatos descentralizados. Les preocupa la posible aparición de líderes profesionales con el peligro de reducirse a gestionar pequeños logros cotidianos y olvidar las metas globales. La alternativa que se ofrece en su lugar es reemplazar la actividad sindical tal como la conocemos por la asamblea permanente de trabajadores. Sin embargo, si bien esta opción resuelve algunos problemas, también genera otros riesgos como la caída en el llamado asambleismo inoperante o el manejo de las reuniones por activistas profesionales, así como exige un compromiso de permanencia por parte de los trabajadores no siempre factible de mantener.

En cualquier caso, esta diferencia es superable al procurar la difusión del ideal socialista libertario entre los trabajadores, aun cuando hay que tener claro que actualmente las condiciones para crear sindicatos anarquistas, especialmente en países donde el anarcosindicalismo se ha debilitado completamente o nunca ha existido como fuerza social significativa (éste es el caso de Venezuela), son poco alentadoras a corto plazo. En tales circunstancias, lo mejor es promover lazos entre los asalariados que se enfrentan al sindicalismo burocrático o sometido a intereses político-partidistas y generar, al menos, una fuerte corriente de opinión en contra del manejo externo de la actividad sindical. Debe animarse toda acción que tienda a poner el control en manos de los trabajadores, como por ejemplo las asambleas de base y el reclamo para que el liderazgo sindical se someta a sus decisiones. Resultaría de utilidad que los anarquistas que trabajen en la misma empresa, sector laboral o comarca geográfica busquen comunicarse y coordinar acciones permanentemente. Si faltan los contactos, promover conferencias o encuentros sería un buen punto de partida. Examinando otros problemas para reactivar la implantación anarcosindicalista en el ámbito latinoamericano, nos encontramos también con que el amplio desprestigio de la dirigencia sindical no ha conducido a una renovación de sus cuadros sino a la desaparición del movimiento obrero organizado, en particular en Venezuela, al menos como fuerza respetable. Esto es casi tan o más lamentable que la caída en manos de la burocracia porque ha dejado indefensos a la mayoría de los trabajadores, que quedan a merced de la "generosidad" de los gobernantes y poderosos. En otros países de América, los liderazgos sindicales han permitido que sus dirigentes usufructúen esas posiciones en beneficio propio, sea económico o político.

Como dijimos al comienzo de esta Bitácora, el aparato de dominación en pleno, a pesar de sus diferencias, converge en su enfrentamiento al anarquismo. Por ello, desde todos los frentes busca eliminarse hasta la mención al anarcosindicalismo y a sus luchas por los trabajadores desde hace 150 años, llegándose a extremos como "olvidar" que la conmemoración del 1 de Mayo se estableció para recordar la acción y el sacrificio de un grupo de anarcosindicalistas en Chicago. El sindicalismo libertario ha organizado y participado en los más grandes y combativos gremios que ha dado la historia del continente, como los mineros bolivianos, la FORA de Argentina, los IWW o "wobblies" norteamericanos, sin olvidar que hubo activos anarquistas entre quienes gestaron el movimiento obrero venezolano, comenzando por las luchas petroleras en los años de 1920 y 1930 (Para más detalles sobre el sindicalismo anarquista, ver el texto de Germinal Esgleas "¿Qué es el anarcosindicalismo?", en , y el libro de la AIT La Internacional del Sindicalismo Revolucionario, que se apunta en la Bibliografía de VII.1).

III.4) Cuestiones de alcance nacional / Luchas a gran escala Los socialistas libertarios ven con desconfianza muchas movilizaciones y luchas a gran escala, en parte porque suelen estar controladas por representantes de entidades religiosas, activistas profesionales de sospechosas ONG (Organizaciones No Gubernamentales), funcionarios estatales semi-camuflados, agitadores de diversos grupos de izquierda marxista o de otras fuerzas políticas, etc. En caso de ser manipuladas por personajes tales, estas luchas se convierten en algo tan vacío que ningún anarquista medianamente despierto se acercaría a semejante cuento. De hecho, el sistema de conducción de muchos de estos grupos es una parte importante del régimen para controlar los movimientos de protesta y canalizarlos hacia niveles asimilables, donde terminan siendo utilizados para fines totalmente distintos a los que originaron su creación.

Ejemplo palpables de semejantes maniobras lo hemos tenido en Venezuela por vía de la injerencia de militantes políticos en estos movimientos, que por mucho tiempo se ha hecho con el evidente propósito de someterlos al control partidista y/o gubernamental, una táctica que se repite con distintos actores en estos tiempos mal llamados de cambio. Además, el debilitamiento de las organizaciones políticas tradicionales ha permitido que una nueva categoría de arribistas intente construir su prestigio electoral por vía de falsificar o inflar una trayectoria en las luchas y organizaciones de la sociedad civil, que se desnaturalizan al convertirse en meros trampolines para ingresar a cargos en el aparato estatal o perseguir ambiciones de poder. Mencionemos también la expansión de tantas ONG de interesado "apoliticismo" y extraña indiferencia a todo lo que esté fuera de su muy restringido campo de actividad, que han resultado instrumentos inmejorables para que el Estado, la Iglesia o los empresarios domestiquen las más variadas luchas sociales. Sin embargo, tampoco todas son sospechosas y muchos ácratas creen que es positivo involucrarse junto a ellas en campañas como las relacionadas con el ecologismo, el antimilitarismo, movimientos pro-derechos humanos, contra la discriminación étnico-cultural o sexual o religiosa, etc. El argumento es que, gracias a esto, algunas personas pueden comenzar a involucrarse en acciones directas en la defensa de sus intereses y llegar a conocer propuestas anarquistas por el contacto con los libertarios que intervienen en la misma lucha. Además, las campañas que aportan temas esenciales a la atención pública generan oportunidades de mostrar que los males particulares están relacionados con la situación general, por lo que hay la necesidad de una revolución ya que todo se encuentra vinculado en la red social y no hay soluciones parciales. En algunos casos, la presencia de activistas libertarios en estas organizaciones es un antídoto para combatir la manipulación por parte de grupos políticos o poderes institucionales. A veces es incluso posible generar formas de funcionamiento autogestionarias y promover que sean asumidas posiciones específicamente anarquistas respecto al tema que originó la movilización. Tampoco merecen despreciarse, en el mar de carencias en que habitamos, pues cualquier mínimo derecho conquistado es un avance que contribuye a que las poblaciones intelectualmente oprimidas amplíen sus perspectivas.

Por ejemplo, un anarquista involucrado en una campaña contra el servicio militar obligatorio podrá señalar la relación entre la militarización social, el armamentismo, los intereses de clan de la oficialidad, la opresión estatal y la sociedad dividida en clases, impulsando objetivos de lucha que vayan más allá de promover modificaciones cosméticas en las leyes y procedimientos del alistamiento militar. De hecho, en éste o cualquier otro tipo de campaña, bastaría con difundir métodos organizacionales descentralizados y basados en grupos pequeños federados entre sí que permitirían apreciar la ventaja de dar a cada miembro mayor oportunidad de auto-desarrollo, impedir la aparición de manipuladores de la organización y mostrar la posibilidad cierta de la autogestión.

Pocos anarquistas afirmarían que movimientos sectoriales como el de los desempleados o el que denuncia la situación carcelaria sean revolucionarios; probablemente ni siquiera consigan por sí mismos el pleno empleo o la desaparición de las prisiones respectivamente, y apenas podrán contribuir a resolver algún problema puntual. Sin embargo, podemos esperar que gracias a ellos se vaya despertando la conciencia política del público y muchos tomen conciencia de cómo funciona esta sociedad realmente. Los grandes logros son el resultado de muchas pequeñas dificultades superadas en los términos humanísticos y éticos de organización que propone el anarquismo, modificando la sociedad al tiempo que las personas se modifican a sí mismas.

En el mundo contemporáneo, la evolución de las campañas en gran escala conlleva casi indefectiblemente la internacionalización de las luchas, más aún cuando hace tiempo que el Estado y demás poderes opresores vienen desarrollando estrategias de contención y represión social que no reconocen lindes nacionales (prácticamente sólo hay fronteras para el desplazamiento de los individuos). En este aspecto, los anarquistas pueden aportar la valiosa experiencia de una larga tradición de internacionalismo, de organización en redes descentralizadas para la comunicación y coordinación entre activistas de distintos países. Desde fines del S. XIX, el anarquismo logró encadenar importantes movilizaciones por todo el planeta, sin hacer mengua de la autonomía de los grupos nacionales participantes. A esas lecciones históricas de la actividad libertaria necesariamente tienen que remitirse los nuevos movimientos sociales de la alborada del S. XXI, pues ofrecen una perspectiva de integración mundial flexible y respetuosa de las particularidades locales, pero eficaz para unificar globalmente objetivos y acciones, por lo que a los anarquistas contemporáneos les corresponde servir de traductores y divulgadores de esa experiencia a las circunstancias y procesos del presente. La única manera, puesta de manifiesto desde hace mucho, para enfrentar a la globalización de las empresas y del mercado es con una globalización de las luchas de los trabajadores y demás oprimidos. A quien todo esto le suene genérico o irreal, vale remitirlo a los testimonios y análisis actualizados del tema contenidos en el periódico EL LIBERTARIO de Venezuela:
y .

III.5) Relaciones interpersonales Como hemos dicho anteriormente, el anarquismo conlleva una preocupación por los derechos del individuo. Ningún sentido tiene estar teorizando o ejecutando actividades si finalmente ello no va a servir para mejorar la vida de cada uno de nosotros. A diferencia de los marxistas y otros seudo-socialistas, los ácratas insisten en que se deben intentar poner en práctica en el día a día los principios que se defienden. Si se cree en la igualdad, se debe tratar a los demás como iguales siempre que se pueda. La forma en que nos relacionamos unos a otros refleja lo que pasa en la totalidad de la sociedad, así que una sociedad anda mal si la gente se trata mal, y a diario vivimos ese maltrato.

Los hippies de la década de 1960 y los "new age" del 2000 están equivocados. Es falso que "todo esté en tu mente" o que todo valga igual. Respuestas individuales como las drogas evasivas (legales o ilegales), el esoterismo y la vida en aislamiento campestre resultan no ser soluciones en absoluto, sino simplemente escapismo, por más que se recubran de coartadas místicas o verborrea semi-filosófica. En el mundo de hoy es imposible vivir como si se fuera libre aislándose de los demás, pues no puede hacerse, ya que siempre nos relacionamos con otras personas y si a ellas les falta la libertad, tampoco la tenemos nosotros. La libertad de cada uno llega hasta donde llega la libertad del vecino, no hasta donde comienza, y se extiende con ella. La solución exclusivamente individual, sin atender a que otros también logren resolver sus premuras, es ajena a lo que el anarquismo persigue porque nunca es una solución.

La condición para la revolución es la de creer, como seres humanos razonables, que es posible un mundo razonable. Es difícil, pero no imposible, evolucionar con la ayuda de los otros a una situación mucho mejor que la simple condición de dependencia, brutal sometimiento y anulación de las potencialidades de cada uno, en que esta sociedad intenta mantenernos. A menos que podamos ayudarnos y ayudar a la gente a perder el miedo, la ansiedad y la inseguridad, carece de sentido esperar que haya un comportamiento con mayor sensatez al que ahora predomina y empecemos a construir una sociedad libre y creativa. Las ideas autoritarias y el odio irracional a minorías étnicas, extranjeras, religiosas, culturales, políticas, sexuales, u opositores de cualquier tipo son parte de la locura colectiva. Para vencer esa demencia general debemos comenzar por combatirla en nosotros mismos, retro-alimentándonos con la superación que logren todos mediante una comunicación ininterrumpida.

Ciertos ácratas consideran que vivir en comuna con compañeros de ideas es una forma de cambiar la sociedad, pero debemos tener en claro que si bien es una decisión respetable, habitar en la misma casa con un grupo de afinidad política no es en sí mismo la clave del futuro afectivo ideal, como no lo fueron los monasterios en la Edad Media. Lo importante es cambiar las actitudes propias y las actitudes de todos, abrirse a los otros, ser más solidarios y menos competitivos, unirse en lugar de temer a, o huir de, los demás. La generalidad de los libertarios se esfuerza por ser, al menos, un poco más sociable que la mayor parte de la gente, haciendo lo que se puede a favor de los demás, conscientes de que la perfección es imposible en una sociedad represiva, pero que sólo así podemos ir cambiándola. No hay santos anarquistas, sólo hombres y mujeres que pretenden ser mejores con ellos mismos y con los otros. Para quien desee indagar sobre una experiencia muy fecunda de comuna anarquista que se ha mantenido desde 1955, consúltese la ya mencionada página web de la Ecocomunidad del Sur de Uruguay.

El estilo de organización anarquista propicia un prometedor camino: la tendencia a actuar en grupos pequeños, donde es más fácil romper con las barreras psicológicas que pudieran inhibir la acción social de muchos individuos. El trabajo de estos colectivos de afinidad puede ser de gran ayuda y crear autoestima en las personas que los forman, ya que este modo de organizarse tiende al desarrollo positivo de la salud mental de trabajadores, consumidores y usuarios, mujeres en lucha por sus reivindicaciones, okupas de casas y otros espacios, defensores de los derechos de las minorías, grupos de autogestión de la salud, colectivos culturales alternativos, etc. Todo lo que anime a las personas a romper con el miedo de adquirir responsabilidades en las luchas por el cambio y a examinar sus relaciones con el resto del mundo debe apoyarse. Finalmente, los libertarios esperan que las actitudes cambiarán lo suficiente para permitir a la gente que vuelva a tomar las riendas de su propia vida, de las que se les empezó a despojar sistemáticamente con la aparición del Estado.

Concluiremos este apartado remitiendo a las experiencias y reflexiones del brasileño Roberto Freire, quien junto a sus discípulos viene desarrollando la Terapia de Soma, que implica un novedoso enfoque de las relaciones interpersonales inspirado en la perspectiva anarquista. Información sobre el tema, en portugués, en las páginas web: , y . III.6) Familia autoritaria, sexualidad y feminismo Un mito común, tanto en el fascismo como en variantes menos agresivas de las ideologías conservadoras y religiosas, es la "santidad" de la familia y de la "bendita" institución de la maternidad. Sin embargo muchas mujeres hoy en día luchan contra el abandono de ser madres solitarias y, en otros casos, contra la dominación de mujeres y niños por parte de los hombres a su vez oprimidos por el sistema, que es en lo que consiste la familia para la inmensa mayoría. La realidad de la vida familiar difiere bastante de la idea sentimental que glorifican los curas, los planificadores gubernamentales y los guionistas de telenovelas. Malos tratos, agresiones y abusos a mujeres e infantes no son sucesos accidentales ni aislados; son el resultado de un condicionamiento dentro del hogar para aceptar el sometimiento que harán el Estado y otros poderes opresores de los individuos adultos.

Para el anarquismo, hasta que no se tengan libertad e igualdad en la vida diaria, no habrá libertad ni igualdad en absoluto. Basta con mirar los patrones de "amo y esclavo" de cualquier revista o film pornográfico para comprobar que la represión lleva a la dominación y a la sumisión. Si el poder es más esencial que la realización afectiva en tu vida sexual, también lo será en los demás aspectos de tu vida. De allí que los anarquistas apoyen el amor libre. Si no es libre, no es amor. Claro que esto es distinto a la pretendida libertad sexual de hoy en día, más bien promiscuidad alentada por los factores de poder luego de descubrir que hacer del compañero sexual simple objeto erótico conduce a una pérdida de compromiso con uno mismo y con el otro, lo cual se ha mostrado como un modo excelente de dominio sobre individuos así desvalorizados.

La hipocresía reinante y la Iglesia hablan mucho sobre el tema sexual y lo que ellos llaman "moralidad" y "pureza" sexual, pero en todos los casos identifican lo "correcto" con alguna forma, abierta o disimulada, de dominio y represión, tutelada por el interés en todos los estamentos de poder de privilegiar las relaciones autorizadas mediante un permiso. Al respecto, los anarquistas rechazan el matrimonio convencional, que no es otro que esa relación que tiene permiso, sin implicar necesariamente compromiso. Se oponen a que las relaciones sexuales sean un asunto sometido a la injerencia del Estado o la Iglesia. La verdadera seguridad emocional tanto para los hijos como para los adultos es diferente a lo que propicia una unión artificialmente mantenida y legalmente autorizada, pues cabe encontrarla en una red más extensa de relaciones, que puede tener un componente sexual o no, fundada en un compromiso integral, no sólo legal, con el otro y con los descendientes.

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